lunes, 25 de mayo de 2015

NO LLORES POR LA LECHE DERRAMADA

El desconocimiento culposo de nuestra historia nos hace repetir errores, generación tras generación. El 14 de abril de 1931, tuvieron lugar elecciones municipales. La división de la sociedad española era evidente. Cuando todavía se estaba realizando el recuento de votos, contra todo derecho, fue proclamada la república. El rey Alfonso XIII partió hacia el exilio. Nadie preguntó al pueblo lo qué quería, ni organizó ningún referéndum. La experiencia fue un fracaso rotundo y la consecuencia, una terrible guerra fratricida, con un millón de muertos, donde hubo héroes y mártires. Cuando murió Franco, que había vencido en aquella terrible contienda, hubo un acuerdo tácito entre los protagonistas de la política de entonces para realizar una transición pacífica hacia una democracia plena. Fue un ejemplo de generosidad por parte de personas que habían estado en bandos opuestos. Y hubo elecciones libres y una Constitución, del consenso y la reconciliación, que aprobada por el pueblo en referéndum, nos ha permitido vivir en paz y concordia hasta la actualidad. Y han gobernado personas de variadas ideologías, que se han ido alternando al servicio de los ciudadanos. Como si fuéramos víctimas de una maldición bíblica, estamos sufriendo una dura crisis económica, acompañada de una relajación ética y moral, que hemos dado en llamar corrupción. Es cierto que ha habido comportamientos que merecen reproche social, pero también ha habido condenas sin juicio y acusaciones injustas que dificultan la convivencia y nuestra capacidad de juicio. Nadie ha ganado en estas elecciones y todos hemos perdido nuestra inocencia. No llores por la leche derramada. Ciertamente, ha llegado un cambio, pero ni la extrema izquierda de Podemos, ni la falsa ingenuidad de Ciudadanos, van a resolver nuestros problemas, ni responder a ninguna de nuestras aspiraciones. Hemos roto el cántaro, pero de nosotros depende reclamar nuestros derechos y luchar por recuperar la libertad perdida un día de mayo de 2015.     

domingo, 24 de mayo de 2015

PENTECOSTÉS

Hoy celebramos, con gran solemnidad, la festividad de Pentecostés con la que finaliza el ciclo pascual. En el quincuagésimo día después de la Ascensión del Señor, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. De pronto, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.  Fue algo prodigioso. Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas que desconocían. La fiesta judía de Pentecostés, que recuerda la entrega por Dios a Moisés de las tablas de la Ley, motivaba la presencia de muchos extranjeros y visitantes que llegaban a Jerusalén desde todas las partes del mundo para celebrar la fiesta judía. Cada uno de ellos oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y quedaban admirados por lo que estaban escuchando. Desde ese momento, los apóstoles, dejando atrás miedos e inquietudes, salieron a predicar y a dar testimonio de las enseñanzas de Jesús. Una gran misión tenían que cumplir, con la fuerza que el Espíritu Santo les había dado: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones y bautizar a todos los hombres y mujeres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así y en ese día, es cuando podemos decir que comenzó a existir la Iglesia que, veinte siglos después, sigue firme como una roca, a pesar de los ataques que sigue recibiendo, con el sacrificio de tantos santos y mártires, que llegan a dar hasta su propia vida movidos por su fe.