Ayer tuvimos, en España, elecciones al Congreso y Senado. Seis meses después de los anteriores comicios, hemos tenido que volver a los colegios electorales. En aquellos días de diciembre, nuevos actores aparecían en una representación que fue una mala comedia de enredo sin gracia. Unos anunciaban un asalto a los cielos, otros se convertían en jueces puritanos que pretendían imponer la virtud absoluta y aquellos, asaltar la Moncloa para realizar una revolución que presumían pendiente. Una vez celebrados los comicios, un viento de intolerancia nos heló a todos y cegó nuestro entendimiento. Cierto es que ganó, en aquella ocasión el Partido Popular. Nadie le puso las cosas fáciles. Como todo ser humano, en su gestión, podemos encontrar aciertos y errores, pero nadie le puede negar su capacidad de trabajo y entrega. Quisieron someterlo al escarnio público, en una sesión de investidura donde tenía garantías de fracasar. Renunció. No se lo perdonaron. Así, pasaron los meses y llegamos a tener una nueva oportunidad de reconsiderar nuestros apoyos, en unas nuevas elecciones. Esta vez, no hemos visto carteles, ni banderolas con la imagen de los principales candidatos. No ha habido grandes mítines. Han quedado los candidatos expuestos en una cruda desnudez. El resultado no es necesario repetirlo aquí. Todos lo conocemos. Los ciudadanos dieron una muestra de sensatez, que la mayoría de los políticos no tuvieron. Fue el triunfo de la razón. Ganó el Partido Popular, ampliando su ventaja sobre el PSOE y Podemos. Vimos a un Mariano Rajoy que era consciente que había conseguido un gran triunfo personal, pero también a un pueblo que había apoyado con generosidad a su mejor candidato. Llega la hora del diálogo, de la negociación, de la renuncia de algunas de nuestras aspiraciones en beneficio del bien común. Si no somos capaces de reconocer la voluntad del pueblo, ya expresada con claridad y sigue la intolerancia y el rencor moviendo nuestras decisiones, que Dios nos lo demande. Los dirigentes políticos deben reflexionar y tomar las decisiones más acertadas. Que estemos en verano no puede ser excusa para retrasar la investidura de un presidente que pueda gobernar con justicia, al servicio de todos; que tome con acierto y rapidez todas las decisiones que demande la actualidad de cada día. Su nombre, Mariano Rajoy Brey, presidente del Partido Popular y diputado electo al Congreso.