martes, 25 de diciembre de 2018

VIVIR LA NAVIDAD

Hoy estamos recordando y celebrando un acontecimiento que pasó inadvertido para los historiadores romanos de la época. En Belén nacía un bebé sano y robusto al que pondrían por nombre Jesús, que significa El Que Salva o Salvador. Volvamos atrás unos meses. El emperador César Augusto había dictado un decreto ordenando el empadronamiento de todos los habitantes de su imperio en su lugar de origen. José, un joven judío, estaba desposado con María, una jovencita, prácticamente una adolescente. Todavía no vivían juntos según las costumbres de la época. María quedó en cinta y un ángel le anunció que el fruto de su vientre era Hijo de Dios. Tras dudas iniciales aceptó la voluntad de Dios. A pesar del avanzado estado de gestación de la madre iniciaron el viaje hacia Belén. Cuando llegaron al pueblo, había mucha gente que también había acudido para cumplir con el edicto romano. Entonces llegó la hora del parto. Todo el día pasaron tratando de encontrar hospedaje. No había sitio en la posada. Al caer la tarde, el hospedero tuvo compasión y les ofreció un lugar donde colocarse junto a los animales y un pesebre. Fue una larga madrugada. Ciertamente, para una madre primeriza  y tan joven no fue fácil el parto. Cuando aparecieron los primeros rayos de luz del amanecer de aquel bendito día nacía el Hijo de Dios hecho hombre y nacido de mujer. El recinto se iluminó con una potente luz y hasta la mula y el buey salieron de su letargo y prestaban atención al recién nacido. Ángeles del Cielo anunciaron la buena nueva y pastores fueron los primeros en llegar a adorar al recién nacido llevando presentes propios de su trabajo. La noticia se extendió por diferentes lugares y otros acudieron a rendir homenaje al recién nacido. Entre ellos estaba este cronista que fue testigo de aquellos sucesos. Veinte siglos después, seguimos dando testimonio y celebrando aquel acontecimiento. Es posible que se haya perdido aquel espíritu navideño de nuestra infancia, que no seamos conscientes que la invasión comercial, una pérdida de fe, la aparición de unas fiestas sin contenido cristiano pongan en peligro la Navidad. Navidad es ser solidarios con los más necesitados, recordar a la familia de Nazareth, no olvidar que cuando creció nos ofreció un mensaje revolucionario que rompe con nuestros esquemas sociales. Feliz Navidad sí, pero no una felicidad impostada que es pasajera. Es necesario que sigamos dando testimonio de aquel rabí que ofreció por todos nosotros el supremo sacrificio de su vida. ¡¡Feliz Navidad!!