Hoy celebra la Iglesia, con gran solemnidad, la
Inmaculada Concepción de María, madre de Jesús. En atención a sus méritos
futuros, María fue preservada de toda falta o pecado desde el mismo momento de
su concepción. En 1854, el Papa Pío IX proclamó el dogma de que María estaba
libre del pecado original. El evangelio de hoy nos narra el
anuncio del ángel del destino que Dios le había reservado. Cuando se le
apareció le dijo a María: “Alégrate llena de
gracia, el Señor está contigo”. En un primer momento se apoderó de ella una
cierta inquietud.
Era muy joven, casi adolescente todavía. Su turbación era lógica. Se había
desposado con José, un agraciado joven un poco mayor que ella. Siguiendo las
costumbres de la época, todavía no habían comenzado a vivir juntos. Le dijo entonces
el ángel: "No temas, María, porque
has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo". María no entendía cómo podría ser eso pues no
conocía varón. El ángel le contestó:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de
Dios”. María recapacitó y aceptó con pleno conocimiento del destino al que
había sido llamada. Sus palabras no dejaban lugar a ninguna duda: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en
mí según tu palabra”. María es modelo de oración y espera, de vigilancia y
entrega. Llena de gracia, será considerada corredentora con Cristo por su total
adhesión a las palabras del ángel.
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