Los gigantes de Pamplona bailan en la plaza del Ayuntamiento. |
Si preguntáramos a cada uno de los que nos visitan estos días para compartir estas fiestas con nosotros, las respuestas serían muy variadas. Somos un pueblo hospitalario, amante de nuestras tradiciones. Hay un programa oficial, con actos muy variados. El intento de nuestras autoridades municipales de poner un corsé y controlar nuestros gustos y aficiones está destinado al fracaso. La devoción al santo está profundamente arraigada entre nosotros. Nuestras fiestas acogen, en un todo armónico, actos religiosos y laicos. Hombre o mujer, niño o anciano, veterano o novato, todos pueden encontrar algo de su interés. La alegría puede ser contagiosa. Estos días, con pantalón, camisa blanca y pañuelo rojo podemos encontrar personas de variada condición social, de distintas razas y pueblos. Quienes hace días se enfrentaban en singular combate, ahora charlan amigablemente. Así podemos encontrar a personajes ilustres y a enviados de muchos medios informativos. La política queda, debe quedar, para otros momentos. Son los sanfermines, los sanfermines de Pamplona.
Esta mañana, en el primer encierro, los toros de Fuente Ymbro se abrieron paso entre los mozos y alguna moza, en veloz carrera hacia la plaza. El capotillo del santo aparecía una y otra vez para proteger a los corredores. Hoy, San Fermín es el protagonista en su día. No podemos concebir unos sanfermines sin San Fermín. En el programa de mano editado por el Ayuntamiento no aparecen gigantes ni cabezudos, ni niños con esa mirada atenta con la que van descubriendo un nuevo mundo con nuevas realidades. Cada cual elige su forma de participación en estas fiestas que alguien más ilustre que yo calificó como las mejores del mundo. No le llevaré la contraria.
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