El Adviento, que comienza hoy, es un tiempo de espera activa. Algo extraordinario va a ocurrir. Jesús, el Hijo de Dios encarnado, nace de una mujer. María, una jovencita bendecida por Dios que le ha otorgado sus dones, está esperando un hijo, tal como le había anunciado el Ángel. Estos días, la liturgia nos desconcierta. El sacerdote lleva ornamentos de color morado, que significa penitencia. Muchas personas muestran una alegría contenida mientras acompañan a María en su espera gozosa. Tenemos que poner todo nuestro empeño en la recuperación del verdadero sentido y significado de la Navidad que celebramos. Las calles se engalanan con luces anunciando una Navidad consumista donde no aparecen ni Jesús ni María. No es un consumo desordenado lo que debe movernos sino la solidaridad y cercanía con los más necesitados. Nos preparamos para recibir al Señor que viene. Vamos a hacer un hueco en nuestros corazones para tantas personas que no creen en la Navidad. Seamos como niños o ancianos para recuperar la familia. Esa familia que se reúne, al menos una vez al año, en Navidad. Que la corona de Adviento, cuyas velas encendemos, nos recuerde que el Señor es la luz que nos ilumine el camino. El Señor viene. Salgamos a recibirlo.
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