Imposible atravesar la vida sin que el trabajo salga mal hecho, sin que una amistad cause decepción, sin padecer algún quebranto de salud, sin que un amor nos abandone, sin que nadie de la familia fallezca, sin equivocarse en un negocio. Es el coste de vivir. Sin embargo, lo importante no es lo que suceda, sino cómo se reacciona. Si te pones a coleccionar heridas eternamente sangrantes vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar.
Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe. Uno crece cuando acepta la realidad y tiene aplomo de vivirla. Cuando acepta su destino, pero tiene la voluntad de trabajar para cambiarlo. Uno crece asimilando lo que deja por detrás, construyendo lo que tiene por delante y proyectando lo que puede ser el porvenir. Uno crece cuando se enfrenta al invierno aunque pierda las hojas. Recoge flores aunque tengan espinas y marca camino aunque se levante el polvo. Uno crece cuando es capaz de afianzarse con residuos de ilusiones, capaz de perfumarse con residuos de flores… y de encenderse con residuos de amor. Uno crece dándole a la vida más de lo que se recibe.
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