VIERNES SANTO EN LA PASION DEL SEÑOR
Cristo ha muerto. Conmovidos por la noticia, no entendemos los designios divinos. Quien había dado un mensaje de amor y reconciliación en una sociedad enfrentada ha muerto víctima de una conspiración urdida por sus enemigos. La celebración de este día es de una gran austeridad.
Comienza con el rito de entrada. Los ministros entran en silencio. No hay cánticos. Sus ornamentos son de rojo, el color del martirio. Se postran en el suelo, mientras los feligreses se arrodillan. Estalla el silencio en la tarde del Viernes Santo. A continuación, se dice la oración del día.
Corta el silencio la voz del lector que proclama la primera lectura, de Isaías. Hay un impresionante realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo. Varias veces la he proclamado en la iglesia de mi parroquia y me sigue emocionando cada vez que la leo. Una lágrima pugna por salir de mis ojos mientras recuerdo las circunstancias de la muerte de mi maestro.
Sigue el salmo 30. “Soy la burla de mis enemigos… el espanto de mis conocidos.” La segunda lectura, de la carta a los hebreos nos habla de Cristo como el Sumo sacerdote, semejante a nosotros en todo menos en el pecado.
En el Evangelio, escuchamos con sereno recogimiento, la lectura de la Pasión de Cristo según san Juan.
A continuación, se realiza la adoración de la Santa Cruz. “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID A ADORARLO”. Todos vamos a venerar la Cruz personalmente, con un beso o algún otro gesto apropiado. Mientras tanto, cantamos un himno de alabanza.
Aunque no hay Eucaristía, se comulga el pan consagrado en la celebración del Jueves Santo. Es cubierto con un paño el altar que permanecía desnudo y se colocan candelabros. Perfeccionamos nuestra participación recibiendo su Cuerpo.
Invito a todos los creyentes a participar en los diferentes actos que se celebran. Es la hora de manifestar en público nuestra fe y nuestro amor a Cristo y a su Iglesia.
Esta es mi fe y éste mi testimonio.
Jesús María Úriz
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