En la tarde-noche de ayer, los
jugadores de la selección española de fútbol protagonizaron una extraordinaria
hazaña. Consiguieron un tercer título consecutivo: la triple corona. Nadie lo
había logrado hasta ahora. Dos eurocopas y un Campeonato Mundial suponen para
nuestros jugadores un hito en la ya larga historia del balompié. En mi ya
prolongada vida, he conocido numerosos éxitos deportivos de nuestros compatriotas
y también muchas decepciones. El deportista se fija unos objetivos y sabe que,
si se cae, debe levantarse y seguir adelante. Detrás de este grupo de
futbolistas, elegidos para la gloria, está todo un pueblo que les animaba desde
la distancia; en las grandes ciudades y también en pequeños pueblos perdidos en
las montañas. España, en estos momentos de dura e inclemente crisis económica,
social y política que estamos padeciendo en la Unión Europea, trata de que su
voz sea escuchada y tomada en consideración. Es una oportunidad que no podemos
perder. Un torrente de ilusión recorre los caminos de España mientras los
protagonistas de esta entrañable historia reciben, en las calles de Madrid, un
bien merecido homenaje. Esta no es una crónica deportiva que mis amigos podrán
encontrar en los diferentes periódicos. Han sido unos días de grandes
emociones. Un sano y comprensible nacionalismo nos ha unido, con este motivo y
la palabra España ha estado en nuestras bocas brotando desde nuestros
corazones. Esto no ha resuelto nuestros problemas, que siguen ahí complicando
nuestra vida cotidiana, pero al menos ha levantado nuestros ánimos para
afrontar mejor la dura realidad. Si todos somos capaces de colaborar, en un
esfuerzo común, no habrá obstáculo que se resista. Somos España y yo soy
español. Dejadme que lo pueda decir, con legítimo orgullo.
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