Hoy se cumplen 800 años de una batalla que cambió la Historia, no sólo de Europa, sino también de toda la Cristiandad. Los almohades, que habían derrotado, en Alarcos (1195), al monarca castellano Alfonso VIII, suponían una terrible amenaza. Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo, pidió al Papa la proclamación de una Cruzada. Inocencio III accedió y a la llamada acudieron numerosos cruzados de toda Europa. En Toledo se reunieron unos 70.000 franceses, provenzales y de otros países. Llegó el Rey de Aragón y pasada la Pascua de Pentecostés, el rey castellano. Sancho VII de Navarra se unió cuando ya había comenzado la campaña. Al-Nasir había reunido en Sevilla más de 100.000 hombres que combatirían en primera línea. Los almohades doblaban en número a los cristianos. La batalla fue terrible y hubo momentos en los que parecía perdida. Cuando ambos bandos estaban en apuros, Alfonso VIII hizo ondear su pendón y volviéndose al navarro Ximénez de Rada gritó: "Aquí, señor obispo, morimos todos". Se lanzó hacia el enemigo. Entonces, los reyes de Aragón y de Navarra atacaron desde ambos flancos. Este hecho se conoce como "La carga de los tres reyes": Sancho VII, un gigante de 2.2 metros con una enorme maza, cargó contra la Guardia Negra, que encadenados a unas estacas clavadas en el suelo, protegían la tienda roja de Miramamolín. Sólo podían vencer o morir. La última defensa había caído y Al-Nasir logró huir, pero murió dos años después. No es momento ni lugar para discutir la importancia de la aportación de cada uno, pero no cabe duda de que fue fundamental para el desarrollo de la Reconquista que todavía duraría casi tres siglos más.
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