En el calendario político de este año 2013, estaba
marcada con lápiz rojo la fecha de ayer 1 de agosto. El presidente Rajoy iba a
dar a conocer la realidad de los hechos frente a unos políticos y medios de
comunicación que por vender un puñado de periódicos más son capaces de perder
su dignidad y retorcer la verdad hasta hacerla irreconocible. El nombre de
Bárcenas ha sido utilizado como arma arrojadiza por quienes, a falta de mejor
oferta, nos daban mercancía averiada. La Justicia pondrá, en su debido momento,
a cada uno en su sitio. Ante los diputados, vimos a un Rubalcaba desorientado
leyendo un discurso ya escrito, frente a la vigorosa intervención del renacido
presidente. El dirigente socialista carece de argumentos y su discurso se
compadece poco con la realidad expuesta por un presidente que, como un toro
bravo en la plaza, se crece ante los puyazos. A quién creer. A Bárcenas y las
variadas versiones de sus fantasías, o quizá al Rubalcaba trapecista que
amenaza con esa moción de censura que arruinaría su vida política. En el otro
lado del ring Mariano Rajoy, un hombre bueno, trabajador incansable, que sabe a
dónde va y cree en sus ideas. Cuando llegó a la presidencia del Gobierno, tras
una amplia victoria electoral, se encontró con un país arrasado por los
socialistas de Rodríguez Zapatero. El cambio prometido se ha producido, pero no
con la intensidad y profundidad deseadas. Ya no hablamos de brotes verdes, sino
de descenso del paro, aumento de cotizantes a la Seguridad Social y otras
mejoras. Realidades. Queda mucha tarea por hacer. Los pequeños partidos,
el coro, se apuntan al NO con entusiasmo no teniendo cosa mejor que
ofrecer. Quieren sangre, para recoger los restos de un enfrentamiento
cainita. No es el momento para darles esa oportunidad. Avancemos juntos con
decisión. La meta está cerca, pero solo llegarán los mejores. Pongamos todo
nuestro esfuerzo para conseguirlo.
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