El desconocimiento culposo de nuestra historia nos hace repetir errores, generación tras generación. El 14 de abril de 1931, tuvieron lugar elecciones municipales. La división de la sociedad española era evidente. Cuando todavía se estaba realizando el recuento de votos, contra todo derecho, fue proclamada la república. El rey Alfonso XIII partió hacia el exilio. Nadie preguntó al pueblo lo qué quería, ni organizó ningún referéndum. La experiencia fue un fracaso rotundo y la consecuencia, una terrible guerra fratricida, con un millón de muertos, donde hubo héroes y mártires. Cuando murió Franco, que había vencido en aquella terrible contienda, hubo un acuerdo tácito entre los protagonistas de la política de entonces para realizar una transición pacífica hacia una democracia plena. Fue un ejemplo de generosidad por parte de personas que habían estado en bandos opuestos. Y hubo elecciones libres y una Constitución, del consenso y la reconciliación, que aprobada por el pueblo en referéndum, nos ha permitido vivir en paz y concordia hasta la actualidad. Y han gobernado personas de variadas ideologías, que se han ido alternando al servicio de los ciudadanos. Como si fuéramos víctimas de una maldición bíblica, estamos sufriendo una dura crisis económica, acompañada de una relajación ética y moral, que hemos dado en llamar corrupción. Es cierto que ha habido comportamientos que merecen reproche social, pero también ha habido condenas sin juicio y acusaciones injustas que dificultan la convivencia y nuestra capacidad de juicio. Nadie ha ganado en estas elecciones y todos hemos perdido nuestra inocencia. No llores por la leche derramada. Ciertamente, ha llegado un cambio, pero ni la extrema izquierda de Podemos, ni la falsa ingenuidad de Ciudadanos, van a resolver nuestros problemas, ni responder a ninguna de nuestras aspiraciones. Hemos roto el cántaro, pero de nosotros depende reclamar nuestros derechos y luchar por recuperar la libertad perdida un día de mayo de 2015.
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