La convivencia entre las personas, en paz y concordia, está basada en la aceptación de una serie de reglas y principios. El imperio de la ley es absolutamente necesario. De lo contrario, seríamos peores que los animales en la selva, que se guían por un instinto de autoprotección y supervivencia. El pueblo de Cataluña está dividido por culpa de unos políticos irresponsables, en dos partes irreconciliables. Por un lado, Artur Mas, cazado en su propia trampa, está a merced de los secesionistas, que sin ningún sonrojo, ya hablan de una república catalana. Juguete roto, se esconde tratando de eludir su responsabilidad por la pésima gestión de los asuntos propios de la república. Tienen a su disposición todos los medios públicos de comunicación de Cataluña y la complicidad de los privados, como altavoz de sus propuestas. Los defensores de la democracia en Cataluña aparecen divididos y no se expresan con la claridad y contundencia que sería necesaria. Están en clara inferioridad de medios frente a los secesionistas. Qué queda de aquellos que, hace no tantos años, pedían libertad y estatuto de autonomía. Ya no hay libertad en Cataluña y el Estatut ha cargado a todos de cadenas. En estas elecciones, nadie habla del futuro que nos espera. La proclamación de independencia no es un bálsamo milagroso que cure todos los males. Todo lo contrario. Es un golpe de estado contra la Constitución y el Estatuto de autonomía. Ante este acto ilegítimo, el Gobierno (español, por supuesto), debe tomar todas las medidas necesarias para restaurar la legalidad y la integridad territorial. Los edificios e instalaciones más sensibles deben ser protegidos a toda costa. En los organismos internacionales, están los estados así reconocidos. Si se separa, Cataluña no solamente quedaría fuera de la Unión Europea sino también de Naciones Unidas y todos sus organismos. Ésta es la dura realidad que ocultan los secesionistas. Quien diga lo contrario. miente.
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