No es fácil aceptar que en una sociedad que se dice civilizada puedan producirse hechos como los acaecidos el pasado viernes en Oslo y en la isla noruega de Utoya. Quedan en la oscuridad los móviles del autor o autores de tan dramáticos sucesos. En esta sociedad opulenta, hay muchas personas víctimas del desarraigo social. Quizá las veamos caminar a nuestro lado y no somos conscientes de sus problemas y dificultades. Los terribles atentados del viernes con su trágico balance de muertos y heridos no fueron fruto de un instante de locura. Necesitaron un período largo de preparación. En España, tenemos una dura experiencia de lo que es la violencia brutal e indiscriminada. El terrorismo, sean cuales sean sus motivaciones, es la mayor negación de los derechos humanos. Si no somos capaces de escuchar, de vez lo que sucede a nuestro lado para ir buscando y poniendo soluciones, estamos, quizá de manera inconsciente, abriendo el camino a posturas extremistas que pueden dañar las bases de nuestra convivencia. Es una llamada de atención que no podemos ignorar.
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