Son muchos los problemas que tenemos quienes habitamos en la piel de toro. Los ciudadanos vemos con excepticismo e incredulidad que el Gobierno, ya en sus últimos días, nos va sirviendo en píldoras una amarga medicina con escasos efectos terapéuticos. Es evidente que el Estado gasta mucho, demasiado, quitando recursos necesarios para el crecimiento económico y poder atender nuestras necesidades más perentorias. Falta inversión productiva y sobra consumo público en una administración gigante e ineficaz. En esta situación, en un tiempo récord, nos presentan una reforma constitucional que cambia las reglas de juego en mitad del partido. La Constitución no es un texto pétreo e inmutable que no pueda adaptarse a los cambios de la sociedad. Tiene los mecanismos necesarios para su reforma. Desgraciadamente, poco queda ya del trabajo de los padres constituyentes. Sus continuos incumplimientos y sentencias bastante alejadas de su letra y espíritu, nos hacen dudar de su vigencia efectiva. Los autores de la reforma quieren hacer trampa en el solitario. La disciplina presupuestaria es una decisión política que, si no hay voluntad, no se cumplirá aunque lo diga nuestra Ley de leyes. Los problemas continúan, se aprueban medidas de dudosa eficacia mientras cada vez se hace más necesario un cambio de rumbo, un nuevo liderazgo, una nueva forma de gobernar, más cercana a nuestras necesidades e inquietudes. Las elecciones legislativas del 20-N son una gran oportunidad que no podemos desaprovechar.
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