La búsqueda de la felicidad es una aspiración que en una sociedad opulenta está destinada al fracaso porque pone el acento en la posesión de bienes materiales o el logro de objetivos a muy corto plazo. Es un estado emocional pasajero y a veces solo fugaz. Esos momentos de alegría que podemos tener cuando se producen hechos de nuestro agrado. Puedo ser feliz cuando recojo el fruto de mi esfuerzo y la cosecha es abundante, cuando acierto en mis decisiones o cuando encuentro satisfacción en hacer cosas buenas y positivas como ayudar a quien lo necesite, si está en mi mano la forma de aliviar sus necesidades. En algunas fiestas y celebraciones, expresamos nuestro deseo a otras personas de que sean felices. La felicidad, aun siendo un sentimiento personal, debe ser compartida para que sea auténtica. No es compatible con el egoísmo o la intolerancia, el afán de imponer nuestras ideas, sin escuchar a quien nos habla desde su corazón. En demasiadas ocasiones equivocamos el camino y sólo conseguimos insatisfacciones porque pretendemos lograr cosas que quizá estén por encima de nuestras posibilidades. La vida, cada día, nos ofrece enseñanzas que no podemos rechazar. No valoramos lo suficiente las pequeñas anécdotas de cada día: la sonrisa de un niño o de una madre, la profunda mirada de ese anciano o enfermo al que vemos en algunas ocasiones. Hemos logrado que, al menos por unos minutos, logren ser felices y así nos lo agradecen. Aunque sea por un instante, mientras expreso mis mejores sentimientos, puedo decir que soy feliz. Muchas gracias al amable lector que me ha seguido hasta aquí. Tiene todo mi agradecimiento.
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