viernes, 10 de abril de 2009

EL SUPREMO ACTO DE AMOR

VIERNES SANTO

Las celebraciones del Viernes Santo son fundamentales en la vida cristiana. En este día, de dolor contenido y recogimiento, se conmemora la muerte de Jesús, que dio su vida en remisión de nuestros pecados. Él, que no tenía culpa alguna, echó sobre sus hombros nuestras infidelidades. Víctima  de un juez inicuo, sin defensa, es condenado a muerte y puesto en manos de sus enemigos. Pilatos, ante los gritos de la turba, tiene miedo. Tras interrogarlo, es consciente de que el hombre que ha sido presentado ante él es inocente, pero hará prevalecer la razón de Estado. Va a producirse un crimen político, un grave error judicial, pero el Procurador romano, consumado el hecho, se lavará las manos tratando de eludir su responsabilidad. Carga el Señor, camino del Calvario,  el madero de  la Cruz. Tres veces cae bajo su peso, víctima de nuestra ingratitud. Tres postes esperan, en la cima del monte, la llegada de los reos. Se acerca el momento final del gran drama. Jesús, el Salvador, es crucificado. A su lado, Dimas y Gestas, compartirán su suplicio y le acompañarán en el momento postrero. A la hora nona, se oye su voz en la agonía de un hombre moribundo: “Todo está cumplido”.  Poco después, en medio de un dolor insoportable, exclama haciendo un último esfuerzo: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús, el Hijo de Dios, acaba de morir. Es necesario que, con nuestra participación en los oficios religiosos y las diferentes procesiones, manifestemos nuestro reconocimiento y recuerdo ante este supremo acto de amor. Es nuestra fe y éste mi testimonio.

Jesús María Úriz

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