33 años después de que los
ciudadanos aprobáramos en referéndum el actual texto constitucional hay que
reconocer luces y sombras en su desarrollo durante todos estos años. Su
elaboración fue fruto de un esfuerzo colectivo para superar las diferencias en aquella
sociedad que tenía una visión demasiado romántica de lo que realmente
significaban palabras que comenzábamos a escuchar en voz baja, con cierta
timidez, como libertad, democracia, autonomía. Unas nuevas reglas de juego que
debían permitir que cualquier idea pudiera ser expresada y los diferentes
proyectos políticos se mostraran a los ciudadanos con libertad. Una nueva
palabra surgió con fuerza en el vocabulario de los ciudadanos: consenso. Así aprendimos a
aceptar la renuncia a parte de nuestros objetivos políticos y sociales para
lograr el objetivo común de una convivencia en paz y concordia. A lo largo de
estos años, han quedado por el camino muchas de aquellas ilusiones, jirones de
libertad y promesas incumplidas. Tras más de tres décadas de democracia queda
una sensación agridulce, de profunda decepción. La estructura del estado está
cuarteada y estamos sumidos en una fuerte crisis política, social y económica.
Hemos perdido la confianza en las instituciones que deben ser sometidas a una
revisión para que puedan dar respuesta a las necesidades actuales. Debemos
construir un futuro para las nuevas generaciones que tendrá que ser
necesariamente distinto a lo que nosotros hemos vivido. Las últimas elecciones
han demostrado con claridad que los ciudadanos quieren un cambio en el Gobierno
y en las formas de gobernar. La tarea que le espera a Mariano Rajoy, el nuevo
presidente tras su amplia victoria en las pasadas elecciones, es enorme y
difíciles los retos que deberá afrontar, pero sabe que tiene nuestra confianza
y el apoyo de la mayoría de la población. Es el momento de las decisiones. El
pueblo debe volver a ser dueño de su destino.
1 comentario:
Buenas tardes amigo.
¡ Feliz día!
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