El nacimiento de Jesús, hace 20 siglos, es un
hecho histórico que está por encima de diferencias religiosas y sociales. Los
cristianos celebramos la presencia entre nosotros del Hijo de Dios hecho hombre.
Nos trae un mensaje de paz a un mundo que va alejándose de las ideas que trajo
aquel Niño que nació en Belén, como lo había anunciado el profeta Isaías.
Iluminamos nuestras calles de una manera especial. Es la luz que nos guía frente
a la oscuridad del pecado. Él es el que salva, que nos libra de nuestras
pequeñas imperfecciones. Así será llamado Salvador. Debemos abrir nuestro
corazón a los más necesitados y dar testimonio de nuestra fe con todos los
medios a nuestro alcance. Es la buena noticia que anuncian los ángeles a los
pastores que se encontraban cuidando sus ganados. Acudirán, con sus pequeños
presentes a adorar a ese Niño que nace en un lugar humilde por una serie de
circunstancias providenciales. José y María no eran especialmente pobres en la
sociedad de la época. José trabajaba en tareas artesanales que entonces eran
importantes. Dios, en el nacimiento de su Hijo quiso darnos una lección de
humildad que olvidamos con frecuencia. La alegría propia de estos días debe
salir del corazón. Es el momento de recordar a aquellos que, por diferentes
circunstancias no están entre nosotros. Familias y amigos viajan para reunirse en una mesa para celebrar un acontecimiento,
quizá ignorado por historiadores, pero que ha marcado la vida, durante siglos a
lo largo de generaciones, de muchos millones de personas. A todos mis lectores
de diferentes países del mundo, donde quiera que se encuentren, les deseo de
todo corazón FELIZ NAVIDAD.
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