Cuando comienzo a escribir estas palabras en la mañana del Viernes Santo, muchas ideas vienen a mi mente. Jesús, que vivió haciendo el bien a todos, que nos dejó un mensaje de paz, amor, entrega en su predicación por los caminos de Palestina, va a morir. Nos quedamos huérfanos de alguna forma. No podemos entender las razones de Dios, tan distantes de las nuestras. Nos preguntamos si era necesario tan duro castigo, si no tenía alguna forma de evitarlo. Quiso ser semejante a los hombres en todo menos en el pecado, hasta la muerte y una muerte de cruz. Es un drama intenso, donde todos los personajes ocupan su lugar en la representación. Caeríamos en el error si pensáramos que se trata de sucesos ocurridos hace casi veinte siglos que no nos afectan. En la actualidad, se producen muchas injusticias; hay hambre y sed de justicia, soledad, angustia de tantas personas que, sin que nos demos cuenta, caminan a nuestro lado. Cristo también murió por nosotros. Su mensaje sigue plenamente vigente. Tratamos de ignorarlo, pero no podemos. Alguien dijo que era ateo, gracias a Dios. No se daba cuenta de que quedaba algo de fe en algún lugar de su corazón. Vivimos en una sociedad materialista que pone su mayor interés en los valores inmediatos, en el día a día, sin dar importancia a lo trascendente por encima de nuestras pequeñas mezquindades. Es positivo y recomendable seguir los cultos tradicionales, en este Triduo Pascual que celebramos, pero tenemos que procurar ser cristianos, seguir a Cristo, todos los días del año, a lo largo de nuestra vida. Ésta es nuestra fe y este mi testimonio.
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