Hoy comienza la Semana Santa con
la festividad del Domingo de Ramos. Recordamos la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén. Acude para celebrar la Pascua con sus discípulos. Un numeroso grupo
de personas le aclama con gritos de "Hosanna". Allí estoy mezclado
entre ellos. Es un día de fuertes contrastes en la liturgia. De esta forma, se
entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta
celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre de
la ciudad santa, que se convierte en mimesis, imitación de lo que Jesús hizo en
Jerusalén, y la austera memoria -anamnesis- de la Pasión que marcaba la
liturgia de Roma. Jerusalén y Roma, juntas en nuestras celebraciones.
Escuchamos, con silencio y recogimiento, la lectura de la Pasión, un terrible
drama que, sucedido hace casi dos mil años, nos sigue conmoviendo de generación
en generación. Quizá algunos de los que le aclamaban, pocos días después
pedirán su muerte, fruto de la mayor injusticia. Jerusalén, desde el siglo IV,
celebra la llegada de Jesús con una procesión multitudinaria. Gustó tanto a los
peregrinos que Occidente tiene, en esta procesión, uno de los más bellos
momentos de la Semana Santa. Así tenemos la esperanza de tener entre nosotros
de forma clara y abierta, a aquél que viene en nombre del Señor. Es el amor de
Dios que se manifiesta entre nosotros. Esta es nuestra fe y éste mi compromiso.
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