El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor es el pórtico de entrada a un mundo de contrastes en el que nuestra fe va a ser puesta a prueba. Jesús va a Jerusalén, por tercera vez, para celebrar la Pascua desde que comenzó su vida pública. Le hemos escuchado por los caminos de Palestina palabras de amor, reconciliación, paz; amor también a los que nos persiguen y calumnian. Somos conscientes que algo va a pasar. El maestro no deja de sorprendernos. Ha pedido que su cabalgadura para entrar en la ciudad sea... un pollino. Un grupo numeroso de personas, hombres, mujeres y niños, sale a nuestro encuentro con palmas en las manos gritando: Hosanna, es decir sálvanos. Hosanna Hijo de David. Casi vente siglos después, la imagen de Jesús entrando como un héroe triunfador no nos puede dejar indiferentes. Algo había cambiado en el rostro, en la expresión, en los ojos de ese hombre al que tantas veces hemos escuchado con emoción contenida. La liturgia nos presenta hoy los dos aspectos de este día con el que comienza la Semana Santa. Celebramos con gozo la llegada de Jesús a Jerusalén donde es recibido con palmas y gritos de alabanza. Una bofetada de realidad supone la lectura seria y solemne de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. En algunos momentos, mi voz se quiebra y una lágrima pugna por salir de uno de mis ojos. El maestro es un hombre robusto, pero aquella larga madrugada será puesta a prueba su fortaleza. La entrada de Jesús en la ciudad aumenta la actividad de los conspiradores que pretenden la muerte del maestro. Buscan la traición de uno de los suyos. Lo encontrarán.
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